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Archive for the ‘Experiencias’ Category

Es un hecho mundialmente reconocido que todo… no, perdón, eso era Jane Austen. Decía que es un hecho reconocido, si bien no por todos, sí por muchos de mis amigos, que la primera vez que visité Quebec me decepcionó bastante. Por su aspecto de decorado barato, sus ademanes europeos rebuscados y su exceso de turistas, me pareció una ciudad que se mantiene por y para el público. No vi nada auténtico en Quebec.

La segunda vez que visité la ciudad, era otoño. Una vez que hubieron desaparecido los extranjeros con pantalones cortos y viseras (al menos, los pantalones cortos y las viseras desaparecieron), la ciudad tuvo un aura más acogedora y real, quizá porque la lluvia le daba credibilidad al toque afrancesado del casco histórico.

La tercera vez que estuve en Quebec, conocí un concepto de moda que nunca hubiera concebido, consistente en llevar todas las prendas que siguen a continuación:

– medias

– calcetines por encima de las rodillas

– leggins térmicos

– calcetines

– leggins gruesos

– otro par de calcetines

– botas de nieve

– camiseta térmica de tirantes

– camiseta de manga larga

– camiseta de manga corta

– jersey de algodón

– jersey de lana

– abrigo de esquí

– gorro de nieve

– bufanda

– guantes de lana

– guantes de nieve

– pantalones vaqueros

no creo necesario especificar que esta ropa resultó insuficiente en los momentos de viento y humedad, y que, si bien se puede salir a la calle con ropa «normal», permanecer en ella durante horas no es recomendable salvo con prendas apropiadas (pantalones de nieve impermeables y muy calentitos).

Además de rebasar los límites de mi imaginación con el peor frío de este invierno (espero no tener que vivir un frío así en Toronto), descubrí que Quebec bajo la nieve cobra un nuevo encanto y que sus habitantes atestan el centro con su propia presencia en lugar de dejárselo a los turistas. El carnaval en Quebec es un festival de nieve y hielo, lleno de actividades que mi mente mediterránea no puede más que admirar boquiabierta (ya, ¿cómo puede una mente tener la boca abierta? Solo en Canadá…). Ejemplos de estas actividades son concursos de escultura sobre hielo, un castillo de hielo, una discoteca en la nieve junto al castillo de hielo, carreras de trineos tirados por preciosos border collies, jacuzzis en la nieve, toboganes de trineo, bancos de hielo, y cómo no, mil puestos donde uno puede tomarse una tire d’érable (sirope de arce fundido y después vertido sobre hielo para enroscarlo en un palo).

Para rematar la visita, fuimos por insistencia de Marina a ver unas cataratas que hay cerca de Quebec. Ninguno teníamos especial interés y creo que, de haber sabido que íbamos justos de tiempo, habríamos preferido coger el ferry a Levis, que cruza al otro lado del río y ofrece una vista privilegiada de Quebec. Por suerte escuchamos a Marina y, a pesar de tener que cambiar de autobús en medio de la nada y de casi morir congelados al esperar durante 15 minutos a la intemperie, llegamos a las cataratas en el momento más bonito del atardecer. Las cataratas estaban parcialmente congeladas y la nieve, el hielo y el agua se mezclaban. Fuimos corriendo por la nieve virgen (yo me hundí hasta media pierna una vez, suerte que llevamos botas) y lo cierto es que las cataratas entran ahora en mi lista de los diez paisajes más bonitos que he visto.

Acampada en el salón

Todos abrigados hasta las cejas

Ambiente invierno y esculturas de hielo

El paseo nevado

Pequeña excursión hacia las cataratas

Les chutes!

Les chutes!

Inicio de las cataratas

Vista desde la parte superior de las cataratas

Pequeño muñeco de nieve

Haciendo ángeles en la nieve

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El segundo semestre

Cuando se empieza el segundo semestre de un año de intercambio, es inevitable sentarse a hacer un análisis del tiempo que ha pasado y… básicamente, alegrarse de tener otros cuatro meses (cuando digo semestre, quiero decir cuatrimestre xD) por delante.

Durante el semestre (o cuatrimestre, o trimestre, como sea) de otoño hice unos cuantos viajes, fui a unos cuantos conciertos y sobreviví a la vida de estudiante casi independiente en una residencia. Ahora es el momento de asegurarme de que en los próximos meses aprovecho el tiempo todavía mejor y viajo más, gasto menos, como mejor, tengo una vida social más allá de mis amigos españoles y paso por los exámenes con un poquito más de motivación y dignidad.

¿El problema? Que un año parece mucho tiempo. Es fácil caer en la rutina del «podemos ir cualquier otro finde» o enredarse en horas y horas de procrastinación sin fin. En mi caso, juntarme con personas cuya tendencia a procrastinar iguala o supera a la mía (como Pablo) es muy peligroso, y así se nos pueden pasar dos semanas sin hacer la colada, o mañanas enteras sin hacer deberes, o fines de semana sin visitar las zonas que no conocemos de Toronto.

Ahora la solución, o el principio de esta: un horario semanal. Hemos invertido una noche entera en concebirlo, así que más nos vale ajustarnos a él lo más posible.  El horario es una planificación de las comidas y cenas de la semana (lo cual nos facilita la compra bastante) y de los momentos en los que hacemos actividades juntos, como ir a patinar sobre hielo a la pista del ayuntamiento o ver series en la televisión (las tenemos en DVD pero hemos optado por el modo tradicional de ver un capítulo semanal de cada una). También entra en mi horario estudiar en la biblioteca los lunes por la mañana, antes de asistir a mi clase de natación para nulos, y pasarme por el gimnasio del pabellón de estudiantes para asistir a una clase de puertas abiertas de estiramientos.

Ya veremos hasta qué punto hemos sido realistas.

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Para la mayor parte de los canadienses con los que he hablado del tema (a excepción de los francófobos, que algunos hay) Quebec es la ciudad más bonita de Canadá. Si les preguntas, te hablarán de su aire europeo, francés, tan mono y tan cuidado.

La primera vez que fui a Quebec, me decepcionó mucho. El casco antiguo (si es que a algo se le puede llamar antiguo en Canadá) me pareció una pantomima, una turistada hortera llena de boutiques con souvenirs exagerados, carritos tirados por caballos que no son más que un sacadineros descarado, y banderitas de colorines pasteles irritantes. Los supuestos edificios auténticamente franceses no son más que tiendas y restaurantes intentando reclamar al visitante, y todo se convierte en un decorado gigante de “vamos a recrear la Francia del siglo XX -o el que sea- en pleno Quebec”. Es falso, forzado, superficial y en definitva, absurdo.

La segunda vez que fui a Quebec no era temporada de turismo. Esto es un dato relevante porque Quebec se transforma por completo, y las calles que en verano parecían un mercadillo navideño pasan a ser calles de empedrado con recovecos y calles empinadas, con terracitas y con tejados de colores que ya sí me parecen un pueblecito europeo. Sigue siendo un tanto ridículo tener un pueblecito europeo en pleno Quebec pero al menos esta vez ya no está convertido en una trampa para turistas.

Quebec es una ciudad para ver en Invierno. Salirse de las calles más turísticas siempre es obligatorio, pero también es altamente recomendable evitar las épocas de turistas, porque durante esos meses la ciudad se vende al mejor postor y el barullo es… irritante no, lo siguiente. En fin, la cuestión es que en invierno, sin tener que soportar todo el solazo de verano, y con tal de ir bien abrigado, Quebec tiene un centro prácticamente vacío, en el que se respira por fin el aire europeo que tanto anhelan los pobres canadienses y que buscan en una tienda de souvenirs horrendos.

Me encantaron, especialmente, todo lo que fueran puentes, cuestas empinadísimas, escaleras para bajar al nivel del río y callejuelas de menos de un metro de ancho. Y los murales y trampantojos, por supuesto. También descubrí que un autobús eléctrico gratuito te lleva por un recorrido por todo el centro (utilísimo para saltarte los desniveles brutales que hay) y que se puede patinar sobre hielo gratis, aunque esto en Canadá no tiene tampoco nada de especial.

La cuestión es que mi opinión de Quebec ha mejorado mucho. Eso sí, no tengo intención de volver allí en verano nunca. xD.

Vieux Quebec

vieux Quebec

Mural

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Epic Fail

La primera acepción de “Epic Fail” en Urbandictionary dice: “cuando algo se puede considerar un fracaso absoluto”. Obviemos para nuestros propósitos la ironía de ese “cuando” al principio de la definición, porque lo que me interesa es demostrar que, según ella, “Epic Fail” es sinónimo de 23 de Noviembre. En otras palabras, 23 de Noviembre es “cuando algo se puede considerar un fracaso absoluto” y, efectivamente, ese algo es el propio 23 de Noviembre.

 

Empecemos por el principio y avancemos cronológicamente:

 

Me he levantado a las 08.30 para poner la lavadora. Me ducho mientras Pablo hace levantamiento de pesas con sus párpados (un espectáculo digno de ver, por cierto). El objetivo de todo esto es poner la lavadora a las 09.00 para tener todo listo a las 11.00 e irme a estudiar a la biblioteca.

 

Ponemos la lavadora a las 09.40 y bajamos a desayunar. Subimos al rato a poner la secadora. Miro el reloj de la lavandería y me tranquilizo porque son las 09.30 (Sí, Lucía, sí, el mundo ha retrocedido 10 minutos de pronto).

 

Bajamos y enciendo el ordenador. De pronto son las 10.30. Pablo confirma con total tranquilidad que el reloj de la lavandería estaba roto. Me empano porque estoy segura de que se me olvida algo.

 

10.33: pego un grito y me cago en mí misma cuando recuerdo que tenía que haber enviado unos deberes de alemán antes de las 10 de la mañana. Lo que hace de este fracaso un auténtico fracaso absoluto es que yo tenía los deberes hechos desde el día anterior pero había decidido no enviarlos hasta el lunes por la mañana, DIOS sabe por qué. Este fue el primer fracaso absoluto.

 

El segundo fracaso absoluto fue no llegar a ir a la biblioteca, porque tenía que esperar a que terminara la maldita secadora. La segunda acepción de “Epic Fail” según Urbandictionary es “la expresión más elevada del Fracaso. Alcanzar este nivel de fracaso solo implica una cosa: has de morir; de lo contrario el mundo entero fracasará debido a semejante nivel de fracaso”.

 

A las 13.00 tuve clase y al terminar, una chica canadiense que está estudiando español me invitó a ir con ella por la tarde a su clase de literatura española -ay, el gozo de ser hablante nativo y calar al profesor, que por cierto es español también. Quedo a las 18.00 con esta chica.

 

A las 15.20 estoy en la biblioteca número 1 (la de mi campus) para buscar un libro. Consigo un ordenador y descubro que el libro en cuestión solo está disponible en el campus contiguo (que está a 3 minutos). Me dirigo a la biblioteca que llamaremos número 2. Esta no la conozco todavía pero encuentro el libro con relativa facilidad. Me siento en una mesa y resumo todo el capítulo que tengo que leer, copiando citas relevantes en previsión del momento en el que las necesite para hacer una redacción. Me siento bien conmigo misma, estoy siendo productiva y aunque no sé qué hora es, creo que el tiempo me ha condudido bastante (no os hagáis ilusiones, que no).

 

A las 16.30 voy a la biblioteca número 3 (la grande, en la que hay cafeterías y las salas de estudio son comodísimas) y como se acercan los exámenes no encuentro sitio para sentarme. Este pequeño inconveniente lo podemos calificar de pequeño fracaso. Me siento entre todos los chinos en la cafetería y descubro, no sin el consiguiente pique conmigo misma, que me he dejado la cartera en casa (qué raro).

 

A las 17.20 se sientan dos blancos frente a mí y mantienen una conversación de lo más interesante. Como consecuencia, voy recorriendo línea tras línea con la mirada de mi pack de fotocopias consiguiendo no asimilar el más mínimo concepto. En mi defensa diré que el artículo en cuestión estaba repleto de términos económicos que escapan a mi comprensión gracias a nuestro fantástico sistema educativo en el que la sintaxis es más importante que la declaración de la renta. Bien. Me distraigo escuchando la conversación entre estos dos blancos, que son un joven aspirante a escritor y su amigo el creativo frustrado. De hecho, estoy tan metida en su conversación que me siento personalmente ofendida por el frustrado (gordo y calvo, cómo no) y su actitud: claramente estaba predispuesto a criticar lo que fuera para dejarle la moral por los suelos al pobre chavalín -que se lo ví en la cara mientras esperaba el solo sentado en la mesa.

 

17.45: la segunda consecuencia de escuchar su conversación es que se me pasa la hora y casi tengo que ir corriendo al “castillo” (el edificio antiguo de mi facultad) para reunirme con la chica esta.

 

17.59: llego cuatro minutos tarde. La canadiense no está. Espero que no haya entrado a clase.

 

18.05: sigue sin estar. Probablemente ella llegue tarde. Me siento y saco el artículo que estaba leyendo para entretenerme.

 

18.17: no queda nadie por los pasillos. O ha entrado a clase o no ha venido; en todo caso decido volverme a casa. Fracaso absoluto número 3.

 

La tercera acepción de “Epic Fail” en Urbandictionary dice: “un fallo de proporciones tan monumentales que necesita su propio nombre para señalar de manera satisfactoria la inconmesurable deficiencia de un individuo o de un grupo.” En este caso, yo no sabía decidir si el fracaso absoluto era solo mío o también de la chica.

 

Llego a casa a las 18.45 y me estoy muriendo de hambre. Ceno intentando darme prisa para ir a patinar, porque a las 21.00 tenemos que estar de vuelta para participar en la recogida de las papeleras de reciclaje de la residencia.

 

Abro google y leo un email de la chica diciéndome que no podía asistir a esa clase por una urgencia médica. Me había avisado con hora y media de antelación. Realmente es una lástima no tener inernet durante todo el día.

 

20.10: salimos de casa, patines en mano, y llegamos a las 20.15 a la plaza del ayuntamiento (según empezamos a patinar suenan las campanas). Decidimos patinar hasta las nueve menos veinte para llegar a tiempo.

 

21.03: llegamos a la residencia y nos encontramos con Ana, que se descojona al vernos llegar con los patines con la mano. Las encargadas del equipo de reciclaje se ponen en marcha y nos quedamos pasmados como dos tontos en el vestíbulo, sin que nos asignen tarea porque hemos llegado tarde y no saben que estamos apuntados para el reciclaje, y además no se nos permite dejar las mochilas y patines en recepción. Subimos corriendo a dejarlas en casa y cuando bajamos no hay nadie, ni siquiera en el sótano, que es donde suelen dejar a un encargado de los cubos. Nos rendimos y volvemos a casa sin hacer nuestras horas de trabajos para la comunidad. Fracaso absoluto número 4.

 

La cuarta acepción de “Epic Fail” lee así: “fracaso total y absoluto cuando el éxito debería haber sido razonablemente fácil de alcanzar”. Pues sí, porque habría bastado con no empeñarnos en ir a patinar en la media hora escasa que teníamos.

 

21.40: salgo de la ducha y reflexiono sobre las cosas positivas que han pasado (hemos hecho la colada, aunque tarde, y he conseguido resumir el capítulo del libro ese que he buscado en la biblioteca). Enciendo el ordenador y un icono de mi escritorio me llama la atención. Se titula “The Translation Studies Reader” y es, mira tú por dónde, un documento pdf que incluye el libro entero que he estado buscando en la biblioteca. Fracaso absoluto número 5. A mi entender, este es el peor de todos los fracasos absolutos, debido al agravante de que yo estaba convencidísima de que era un gran logro por mi parte, cuando en realidad no era más que una conspicua pérdida de tiempo.

 

La quinta acepción: “parecido al fracaso pero en una escala incluso mayor y más penosa. A veces tan penosa y patética que algunos empatizarán con la persona o no dirán nada, ya que el fracaso es tan grande que no hay palabras para describirlo.”

 

Así que apiadaos de mí por este lunes tan absolutamente patético.

 

Propongo, a raíz de todos los hechos aquí mencionados, que el día 23 de Noviembre sea de ahora en adelante conocido oficialmente como el Día Anual del Fracaso Absoluto. Una opción alternativa sería pasar a utilizar, como sinónimo de “fracaso absoluto”, la expresión “23-N”.

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Hell Yeah Detroit!

Mi barrio es Notting Hill comparado con Detroit. Imaginaos una mezcla entre La Tribu y Abre Los Ojos/Vanilla Sky. Esa visión post-apocalíptica es Detroit. Tan decadente y vacío que parece que acaban de tirar, en palabras de Pablo, una bomba de Hidrógeno. Tan surrealista que casi te esperas un ataque zombie al dar la vuelta a la esquina, pero solo encontrarás a algún mendigo afroamericano suplicándote que le des algo de comer. O a varios mendigos gritando en medio de la carretera (total, no hay coches) peleándose por una silla de ruedas. O a un grupo de mendigos sentados en el parque. O a alguna pareja o familia de pobres, lo que se dice pobres, pobres al estilo del tercer mundo, sin trabajo, sin dinero, con la ropa echa una puta mierda y malviviendo de una pensión que me imagino que será mísera, y sin acceso a una seguridad social porque esto es lo que el ultraliberalismo económico ha hecho a Detroit.  Ha convertido un núcleo financiero brutal en un montón de escombros y parados. Es la ciudad más triste que he visto en mi vida y lo digo sin exagerar.

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El centro de Detroit es bastante seguro porque hay redadas policiales constantes. Aun así, la cantidad de sucesos que hay es preocupante si se tiene en cuenta que apenas hay gente. En los edificios de General Motors todo es diferente. Es el único sitio en el que he visto tiendas en la ciudad, y una farmacia. Toda la ciudad me recuerda mucho a Coruscant, porque los edificios tienen pasarelas que los conectan y el metro va por unos raíles elevados. De hecho, los blancos vienen en coche y se meten en sus edificios de oficinas y hoteles y salas de conferencias, y no tienen la necesidad de salir al inframundo en el que se ha convertido Detroit; para algo tienen un paseo junto al río y unos miradores impresionantes con vistas a Windsor, en Canadá. Pueden ignorar la existencia de todos los ciudadanos de tercera clase que se fueron a la mierda cuando sus empresas tuvieron que prescindir de las fábricas de Detroit.

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Me creo que haya habido años horribles de ayanamientos de morada y de incendios provocados en las casas de los blancos en Detroit. Lo que puedo decir, empíricamente, es que los afroamericanos que nos hemos cruzado en Detroit, salvo una señora que después de indicarnos cómo llegar al metro nos pidió “change”, eran bastante amables y te dejaban en paz, en general. La conductora del autobús nos perdonó 50 céntimos del billete porque no teníamos justo, un hombre nos preguntó qué idioma hablábamos (por pura curiosidad), y si acaso nos miraban extrañados porque éramos 2 blancos en un autobús público. Claro que también hubo un policía blanco que nos hizo una bromilla (la típica actitud de americano casual) xD.

Pero que conste que el ambiente de mendigos locos de Detroit no es para nada como el de Toronto. En Toronto he ido paseando por las afueras de la ciudad después del anochecer, entre la autopista y una fábrica abandonada, y me he cruzado con una mujer haciendo footing sola. También he pasado por la noche frente a los albergues de mendigos y no me he sentido en peligro. Detroit no tiene nada que ver. Se te acercan a dar la brasa, te piden dinero, te insisten, te gritan desde la otra acera, oyes peleas y cada vez que ves un coche de policía, están deteniendo a alguien. Menos mal que esta es la zona BUENA de Detroit.

La cuestión es que nunca habría imaginado un sitio así en Estados Unidos. Ha sido una visita de lo más interesante, desde el punto de vista antropológico y desde cualquier otro punto de vista. Ha sido muy enriquecedor.

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Si digo «compras» puede que esperéis una crónica de consumismo irrefrenable al estilo Sexo en Nueva York, y no es el caso. De ahí las comillas.

El caso es que primero entré a la tienda de Disney, toda emocionada yo porque me habían dado una bolsita en la que meter el paraguas, para no mojarles la moqueta tan preciosísima en la que, la verdad, no me fijé, y lo mismo ni era moqueta. La bolsa me venía de perlas en cualquier caso para poder meter el paraguas en la mochila y no ir derribando figuritas de princesas a mi paso en plan Godzilla. Mi torpeza y mi despiste hacen que un paraguas pueda ser un arma fatal en mis manos (jaja, Arma Fatal).

La tienda de Disney es de esas que me hacen pensar que si tuviera 10 años menos lo estaría flipando. Por otro lado, a mí las Barbies nunca me llamaron demasiado la atención, así que lo mismo habría dicho «Qué rollo, ¿no tienen muñecos de Los Cinco?». Todo puede ser. Tengo dos primas pequeñas a las que les encanta todo lo que sea rosa y ya lo he asumido, así que me paseé por la tienda por si había algo que pudiera llevarles de recuerdo. El problema es que no sé cuáles son sus películas/princesas/príncipes/animales/lo que sea preferidos, y además hay tal cantidad de productos a la venta que todos me acaban pareciendo estúpidos y me marcho. Además, me pico con Disney porque ya no hacen películas como las de antes. Esto es una falacia que a todos nos encanta y soy consciente de ello en el momento, porque todos sabemos que Mickey Mouse solo mola cuando tiene un tío metido dentro; los dibujos son cutres y feos y machistas, y solo los explotan porque están a punto de caducarles los derechos de autor.

Me paso por la plaza del Rockefeller y veo a la gente patinar y me acuerdo de alguna peli de esas y pienso «Buah, mola más la plaza del ayuntamiento de Toronto» y me siento muy patriótica y muy orgullosa de mí misma por este pensamiento irracional e infundado. Qué día tan irracional. Procedo a entrar en la tienda de la NBC, frotándome las manos porque seguro que algo de Friends que haga mi recorrido por la Quinta Avenida un poco más productivo. Lo que me encuentro es que todo el estante que antes era de Friends ahora es de algún Talk Show que no conozco, lo cual significa que estoy desfasada y desinformada, y que son todos unos mierdas porque Friends es eterno y siempre lo será.

Llevo todo el texto intentando agrupar los adjetivos y demás en parejas porque tengo una profesora que nos dijo que los cristianos tenemos interiorizada la costumbre de decir las cosas de tres en tres por influencia del catolicismo y de su santísima Trinidad. Así que como buena católica atea que soy, hago lo posbile por evitar el puñetero recurso, que bastante influencia de la tradición católica tenemos ya.

El caso es que tenían unas camisetas de House con los típicos Housismos que me encantaban pero eran de tío y por lo consiguiente solo me habrían servido de camiseta de pijama. No es plan de pagar 26 euros por una camiseta de pijama. Entonces mi ojo de predador detecta a lo lejos una imagen más que familiar… un logo de letras impresas sobre una forma de… llamémoslo pupila de gato en horizontal? Dejémoslo en un óvalo muy puntiagudo, con el color de llamas de fuego y… vamos, que era el logo de Doctor Who y a mí casi me da un jamacuco, lo que viene siendo, in situ.

Las camisetas de Doctor Who resultaron ser de un solo modelo, de tío, de talla grande, y para colmo estaban colgadas en unas perchas a las que supongo que los americanos llegarán, pero  yo no llegaba ni a agarrar la esquina de la camiseta y pensé «Sois todos unos nazis de mierda que conspiráis contra la BBC porque hace series de puta madre para todos los públicos con la mitad de presupuesto que vosotros y el doble de dedicación». Efectivamente, me marché de allí sin haber comprado nada, una vez más.

Mi siguiente parada fue Barnes & Noble, uno de esos sitios que son un donum divinum hominibus. Lo de intentar meter el latín oxidado por ahí es como un homenaje a las letras, supongo. Para homenaje a las letras, de hecho, el que me quería pegar yo según iba llenando la cestita de libros que estaban uno o dos dólares más baratos que en Canadá, y que me había prometido a mi misma sacar de la biblioteca o esperar al próximo semestre para comprar. Al final hice un tremendo ejercicio de autocontrol y volví a dejar casi todos los libros en su sitio. Me compré Infinite Jest de David Foster Wallace y La Naranja Mecánica de Anthony Burgess. No sé por qué os he dado un título en inglés y el otro en español. Broma Infinita y A Clockword Orange. Da igual.

Me compré también un disco de Duke Ellington, aunque ahora me pregunto si no habría sido igual de barato en el HMV de Toronto. Nueva York es la leche pero lo era más cuando tenía un pedazo de Virgin en Times Square ¬¬.

Lo último que compro, como no quiero abusar de la beca por si acabo pidiendo en la calle a finales de curso, son lápices de recuerdo y un par de postales. Es importante decir que yo colecciono postales de las ciudades en las que he estado pero tengo la horrible manía de dejar ese tipo de compras para el último momento y olvidarme de ello al final. Esta vez, para variar, me pillé una y la tengo en mi Pared Roja.

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Al salir del museo me apetecía pasear por Central Park, porque apenas había tenido oportunidad de verlo el verano pasado, y además esta vez era otoño y todos sabemos lo bonito que es el otoño en Nueva York (el otroño de verdad, no la película, y ya sé que a algunos os gusta xD). El Otoño en Canadá ahora mismo tiene unos colores más bonitos, pero Central Park es impresionante de por sí.

Central Park

Otoño en Central Park

Central Park-puente

Puente!

En aquel momento me recordaba a las típicas películas (otoño es el mejor momento para rodar aquí, supongo) pero ahora la verdad es que me recuerda a cuando me llevaban de pequeña al Parque de Capricho con toda mi clase xD.

Paseando, paseando, llegué a una feria de Halloween que había con actividades para niños y me deleité en mi interés antropológico, observando a los auténticos niños neoyorquinos reunirse en torno a un escenario para ver a un grupo de britpop recién venido de escocia con sus acentos (mmmmm) de Edimburgo. Ver a los niños (vestidos) de colores dar saltos emocionadísimos era la leche. Me quedé durante tres o cuatro canciones y de pronto miré la hora y decidí que tenía que irme si quería tener tiempo de comer y hacer algunas pequeñas compras.

Scottish band

menuda fiesta

También pasé por la super osea mega hiper requete ultra uber guay de patinaje sobre hielo, aunque esta imagino que hay que verla en invierno, con el arbolito de Navidades. En todo caso, estaba vacía. Ahora que he pensado en esto, me apetece ir a Nueva York en navidades… hummm. Al salir del parque, la lluvia había empezado a ser un asunto serio y apenas se veía más allá de los árboles:

Central Park rain

Al salir del parque pasé por la Apple Store de la Quinta Avenida y seguí bajando junto a la Torre Trump (no había tiempo para un Starbucks y además, me he pasado a Tim Hortons), y luego llegaron las tiendas.

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El sábado por la mañana me despierto pronto porque solo voy a tener un día para disfrutar de Nueva York. Desayunamos en un diner donde nos atienden en español, claro está, y me pongo hasta el culo de pankakes con sirope de arce, que no los había tomado desde que el camarero del diner que tenemos cerca en Toronto nos estafó (esto fue cuando Kris nos visitó).  Después cogemos el metro y yo me bajo en la 77 para ver el Metropolitan.

En general, me molesta que en un museo se mezclen historia y arte (o arte de épocas muy dispares, también) porque me da una sensación de desorden e ignorancia y de que la gente va allí y mira las cosas sin tener ni puñetera idea (que no pasa nada) y que vuelve a su casa y sigue sin tener ni puñetera idea (que es lo más triste).

Pero el Met me sorprendió para bien; como no tenía mucho tiempo pensé en ir directa al arte europeo, pero ya que estaba me detuve un momento en los sarcófagos egipcios (El British mola más Xp) y me encontré con uno que me llamó mucho la atención:

Momia

El Sol

En este sarcófago había una diosa que daba luz al sol (pun!) y luego lo sostenía entre las manos. Me pareció absolutamente hilarante.

Lo dicho, me centré en el arte europeo y lo flipé con la variedad que había, desde el puntillismo hasta el cubismo pasando por todo lo que se te ocurra a partir del siglo XIX. Nunca había visto tantas obras juntas de tantos pintores que estudié en Historia del Arte en el colegio. En serio, me encantó. A pesar de lo mal distribuido que estaba todo, mezlando estilos que no tenían nada que ver y separando obras del mismo estilo en distintas salas que no estaban necesariamente juntas. Supongon que tendrán algún criterio en el que se basen, pero a mí me confundía bastante.

Como en todas partes, vi algunos españoles rondando por ahí. Concretamente, hubo un matrimonio -el típico que va al museo solo porque su guía lo recomienda- que me alegró el día. Según entré a una sala, ellos dos entraban a la misma por la puerta lateral. La señora señaló un cuadro que quedaba detrás de mí y exclamó, con la emoción infantil del español que reconoce algo «suyo» en el extranjero..

¡Mira, Picasso!

Yo creo que tuve una corazonada o algo así. El caso es que no me sorprendió nada, al darme la vuela para mirar el cuadro, darme de bruces con un Miró.

Ole sus huevos

¡Picasso!

Eso sí, tanto la señora española como su marido español se fueron tan panchos hacia la sala siguiente, convencidos de que España ha dado al mundo algunos grandes pintores como Picasso, porque obviamente hace falta ser un experto para diferenciar los gabaratos (y no lo digo en sentido despectivo) de Miró de la obra de Picasso…

Picasso_azul

Como dos gotas de agua

La estrellita de la caixa? Sí, claro

IMG_7380

¿Miró? ¿No miró? ¬¬

Lo más triste es que el matrimonio acababa de pasar por la sala donde estaban las obras de Picasso de su época azul, y probablemente ni las habrían mirado dos veces simplemente porque no sabían que eran suyas (les interesado muchísimo de haberlo sabido). Señores, por favor, visiten el Reina Sofía y no solo el Guernica. En ninguna de sus etapas tuvo Picasso la necesidad de hacer dibujitos infantiles con colorines. También puede ser que la señora tuviera un astigmatismo muy serio y estuviera viendo cubismo en los cuadros de Miró. xD.

Después de mirar así +ee+ a la señora, seguí mi camino y me emocioné cuando ví a Pissarro, Cézanne, Degas y hasta Signac (el puntillismo no mola hasta que no lo ves en persona, por cierto). De Degas apenas tenían nada, sobre todo eran bocetos en una sala oscura, y eso me decepcionó un poco porque AMO a Degas. Como curiosidad, leí que en este cuadro había metido una broma visual: la regadera imita la postura de una de las bailarinas. Después le pareció que era ridículo y lo quiso modificar, pero el compardor no le dejó porque Degas tenía fama de arruinar sus propios cuadros cuando le permitían retocarlos más adelante.

Degas

Bailarinas (cómo no)

Por último, si hay algo que eché en falta en el Met, fue a Turner. El verano pasado cuando estuve en Nueva York había una exposición temporal de su obra (ZOMFG TURNER!) y no me dio tiempo a verla. Este año esperaba que hubiera algo más suyo en la exposición permanente pero solo encontré esto:

Turner_:(

Turner @ Met

Fue bastante decepcionante. No recuerdo el título, solo la sensación de vació interior que me produjo. Es como una parodia de todas las buenas obras que tiene, en serio. Por lo visto le apeteció retocarlo con acuarelas (¿Acuarelas, Turner? ¿Acuarela, tú?) no se sabe por qué. En teoría representa  a un barco hundido por una ballena que lo acaba de partir en dos. El cuadro es de los últimos (puede que el último, no me acuerdo) que pintó Turner antes de morir, y no tuvo mucho éxito. En cierto modo lo entiendo… no es precisamente Lluvia, vapor y velocidad. En fin, por lealtad y respeto a Turner, diré que el cuadro en sí no es feo, y que la parte del agua sigue siendo brutal.

Cuando terminé de ver la parte del museo que me interesaba, recogí mi mochila del ropero y devolví mi chapita de visitante (sí, en vez de entrada te dan una chapita, y no te la puedes quedar de recuerdo ¬¬) y salí al aire libre… digo, a la lluvia.

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Nueva York era uno de los viajes que más ganas tenía de hacer durante mi intercambio aquí en Toronto. Habría preferido ir otro fin de semana más relajado, porque ahora estoy de exámenes y tengo muchas cosas que hacer, pero resultó que Leonard Cohen hacía un concierto en el Madison Square Garden y, como es uno de mis cantantes preferidos (yo suelo decir que es mi poeta preferido) y nunca había conseguido ir a ningún concierto suyo (a pesar de que llevo 2 años intentándolo), había comprado las entradas en agosto.

Pablo me acompañó, así que no tuve que ir sola en el autobús, que puede ser muy duro. 13 horas en un autobús nunca son divertidas, especialmente si no hay película ni wifi (los muy chorizos te venden el wifi pero no funcionaba).

Salimos de Toronto el viernes a las 7 de la mañana, después de haber empalmado porque teníamos que salir de casa antes de las 6 y Pablo no había conseguido imprimir los billetes en su universidad (un chaval del mostrador de la residencia fue tan amable de imprimírnoslos a las 2 de la mañana). El frío que hacía no tiene nombre y, por cierto, los del autobús no eran precisamente generosos con la calefacción. Yo no me quité el abrigo, los guantes ni la gorra y aun así tenía frío. Por suerte, fui dormida totalmente durante las 5 primeras horas (salvo el momento de pasar la frontera con Estados Unidos).

Nada más llegar a Nueva York tuve que ir prácticamente corriendo para llegar a tiempo al concierto, porque habíamos pillado atasco al entrar a la ciudad. Llegué media hora después de la apertura de puertas y no había entrado ni el 25% de la gente, así que, genial. 🙂

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Ayer fui a un concierto de Flogging Molly. Tenía el billete comprado desde hace meses porque, supuestamente, Gallows iban de teloneros. Un aplauso a los que vamos a un concierto especialmente por los teloneros. El caso es que, por razones inesperadas y que desconozco, Gallows cancelaron su gira con Flogging Molly y allí estaba yo sola en una discoteca llena de frikis exaltados, cuarentones emocionados y skins. Antropológicamente muy interesante.

El problema vino cuando los frikis exaltados empezaron a gritar en el autobús y a creerse muy machotes por decir «fuck» tres veces en una frase sin mensaje, y la gente les miraba con cara de… «vuelve a tus videojuegos». Al final el conductor anunció la parada antes de tiempo y se bajaron todos corriendo como gilipollas porque ninguno había mirado bien la intersección. Fueron andando hasta la sala, que era tres paradas después.

Después el concierto tardó siglos en empezar, y se me olvidó dejar las gafas en el ropero así que tuve que irme moviendo cuidadosamente para alejarme de los grupos que hacían pogo. Me sentía muy incómoda porque cada vez que me situaba detrás de alguien nuevo, había un  cuarentón que, con todo su afán de amabilidad canadiense, se giraba cada 2 minutos para asegurarse de que no me tapaba. Si me preguntáis, la persona que está delante no es casi nunca la que tapa, porque te puedes desplazar. Son los que están 3 metros delante de él. Después estaban los borrachos que van de irlandeses (Flogging Molly más Canadá, que está lleno de irlandeses, no podía dar otro resultado). DOS se me cayeron encima, y uno de ellos me dijo «Sorry, didn’t see you down there!» … se aleja, se gira y vuelve… «Wanna come up to the front?» Me imaginé aplastada hasta la muerte por 90 metros cuadrados de masa borracha. xD. Flogging Molly me gusta pero no tanto.

En general, me encantó el concierto y ahora siento el impulso irrefrenable de comprarme un disco de Flogging Molly ya mismo. De los dos grupos que fueron teloneros y que no eran Gallows, el primero era una especie regresión a los 80 con pelos de Jon Bon Jovi y una camiseta de Kings of Leon. El segundo, Inward Eye, era una banda de punk de Winnipeg que estaban bien, sonaban muy a los 70 (al final hasta tocaron Working for the Clampdown).

A lo que estoy decidida, desde luego, es a volver al Toronto Sound Academy en noviembre para ver a AFI… y a Gallows, que van de teloneros con ellos ^_^.

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